Octubre - Edgar Allen Polla

LA CHAQUETA DE MURPHY

Aquella mañana se levantó muy contento. Iba a estrenar la chaqueta que tanto había anhelado y por la que se había encerrado varios fines de semana con el fin de ahorrar lo suficiente para poder comprarla.

No era una chaqueta cualquiera, y aunque ya se la había visto puesta a algún que otro viandante, soñaba con ella porque estaba de moda. Era de un verde militar que infundía respeto, adornada con ribetes y forrada de borrego para que el frío no penetrase.

Sabía que cuando Julia le viera con ella, empezaría a considerarle uno de los suyos y podría acercarse a ella.

Se puso la chaqueta y salió a la calle henchido. El frío y la lluvia apenas podían tocarle, él y su chaqueta eran invencibles y parecía que se reía del mundo durante el camino al trabajo.

Con la chaqueta bien ceñida al cuerpo se sentía respetable, parecía que la gente le miraba de forma diferente, como si de repente se hubiera convertido en otra persona.

Se quedó un rato en la entrada del trabajo fumando un cigarrillo. Quería que le viera todo el mundo, primero aquí y un poco más tarde arriba, haciendo la entrada.

Normalmente llegaba con 15 minutos de antelación para dejar todo listo y el ordenador arrancado, pero aquél día apuró al máximo su hora de entrada para asegurarse que todos estuvieran en sus puestos de trabajo. Cruzó el umbral de aquella puerta acompañado de una sonrisa resplandeciente y crecido ante la mirada atenta de toda la sala.

Dio los buenos días con una energía poco común y se oyeron los halagos de una de sus compañeras, pensaba que la chaqueta era realmente bonita y comentaba lo bien que le sentaba.

Pasaron unos minutos y seguía con la chaqueta puesta como si le costara quitársela, de repente un compañero hizo un comentario:

_ ¡Qué pasa tío! ¡Que ahora no te la vas a quitar ni para cagar! Se oían risas de los otros y no pudo evitar sonrojarse.

_ ¡No hombre, no! Es que como he llegado un poco apurado me he puesto a arrancar el equipo primero, nada más.

Todavía sonrojado se dispuso a desabrochar la cremallera, pero en un mal pulso por los nervios, la cremallera mordió a la camisa y ésta quedó atascada.

Se sonrojó un poco más y un sofoco de calor le recorrió todo el cuerpo. Pensó para sí mismo; _no te pongas nervioso, por un lado sujeta la camisa y por otro tira de la cremallera.

Lo intentó varias veces sin éxito y empezó a desesperarse viendo el minutero del ordenador. Llevaba 10 minutos intentando desabrocharse y los teléfonos empezaban a sonar de un puesto a otro. Aquél calor empezaba a ser insoportable, el borrego que antes le había hecho invencible ante el frío helador, ahora era su peor enemigo haciéndole sudar como un pollo.

Los goterones de sudor ya corrían en abundancia por su frente cuando la compañera, que antes le había alagado, se percató de su estado de acaloramiento.

_Pero Rodrigo, ¿qué te pasa?, ¿se te ha atascado la cremallera?, espera que te ayudo. Y junto a ella se levantó otra compañera.

Se intentaron coordinar en vano, una sujetando la camisa, la otra tirando de la cremallera. Se formó un enorme revuelo a su alrededor y de pronto notó como se mezclaban las gotas de sudor con las carcajadas de un público al que le divertía aquél espectáculo absurdo.

De repente y como de costumbre, el de siempre soltó la gracia:

_Rodrigo, pon una incidencia en el Remedy al servicio técnico por atasco de cremallera, para que vengan a desatascarte, jajajajaja.

Se volvieron a escuchar risas que desembocaban en grandes carcajadas. Empezó a sentirse enfurecido, ridículo, las miradas de admiración se habían vuelto burlescas y empezó a marearse.

Para colmó salió el jefe de su pecera y empezó a dar alaridos:

_ ¿Qué hacen ustedes ahí de pie, qué está pasando?

Todos se sentaron con microcarcajadas entre los dientes y él rezumaba esperando el inminente chorreo de llamadas diarias.

Le agobiaba la idea de pasar allí todo el día sufriendo el calor del borrego sin poder hacer nada. Por un instante un flash en su memoria le devolvió la imagen de Julia, habían quedado todo el grupo, aún quedaban muchas horas pero él ya apestaba.

Empezó a obsesionarse con esa idea, cuanto más pensaba más sudaba, y pensaba y no podía parar. Seguía cogiendo llamadas una tras otra mientras intentaba torpemente librarse de aquél incómodo envoltorio.

Otra compañera pretendía quitarle la chaqueta como quien se quita un jersey, pero le quedaba tan prieta que ni subía, ni bajaba.

Llegó un punto que un estallido de cólera se apoderó de él, agarró las tijeras del cajón y recortó la chaqueta hasta que pudo quitarla.

Algunos compañeros miraba atónitos, otros sin embargo, no podían para de reír y hacer chanzas. La compañera que le había alagado se lamentó del fin de la chaqueta; _¡qué pena, era tan bonita!

Aturdido, salió de la sala y fue al baño a refrescarse. Se encontró horrible, empapado en sudor y enormemente frustrado. Durante horas estuvo pensando si ir o no ir a la cita. No sabía que era peor; si ir así de esa guisa, o dejarla tirada y perder una oportunidad irrecuperable.

Esta encrucijada le hizo supurar más y más sudor a través de sus ahogados poros, pero ya no era consciente de ello, se había acostumbrado a aquella humedad y ya ni se acordaba de la malograda chaqueta, su única obsesión era no seguir siendo un cobarde. Por eso decidió ir a la cita, en qué hora.

Cuando le encontré seguía empapado en sudor y andaba cabizbajo por la Gran Vía, estaba muy borracho y repetía incoherencias tales como -ni chupa, ni chica, qué cabrón el Murphy- .Yo pensé que me decía que no se la quería chupar ninguna tía y que el tal Murphy se las llevaba de calle.

Me dio tanta lástima que lo llevé a la calle Montera para que alguien le remedara el día, pero su hedor era tan grande que ninguna quiso llevarlo a su casa. No me quedó más remedio y me lo llevé a la mía. Lo metí en la bañera para acabar con la pestilencia ya que había penetrado en todos los rincones . Cuando despertó me contó la historia que os he narrado, y al ver que no recordaba nada más no le mencioné la parada en Montera, creí que ya había tenido bastante, por supuesto tampoco le pregunté quién era Murphy.